Hoy vamos a profundizar un poco en algunas cuestiones que cité un poco de pasada en el artículo anterior.
La primera de ellas es el estudio.
Habíamos quedado en que, si la inseguridad tocando en público tiene que ver con una deficiente preparación, no podemos decir que haya miedo escénico. Lo que hay es sentido lógico: si lo llevo con pinzas tengo bastantes probabilidades de meter la pata, con lo cual, estoy como un flan.
Esta afirmación tan lógica nos puede llevar, lógicamente, a preguntarnos cuánto hay que estudiar para estar seguro en un concierto. A modo de respuesta rápida os transmitiré lo que oí decir al oboísta Víctor Archel en una clase magistral a la que asistí como oyente el curso pasado en el Conservatorio Superior de Navarra, con la que él quería convencer a alumno y oyentes del imprescindible uso del metrónomo para estudiar: "hay que repetirlo mil veces y, cuando ya sale, otras dos mil".
A ver, entendedme. No os pido que ahora incorporéis a vuestro cacharrerío oboístico un cuaderno para hacer palitos en plan condenados con objeto de ayudaros a contar las mil o dos mil veces. Me atrevo a interpretar lo que Víctor quería decir aclarando que se trata de tener muchísima seguridad de que, en el contexto seguro y tranquilo del estudio en casa, las piezas están totalmente controladas. Así tendremos muchísimas posibilidades de que en el concierto salgan casi solas.
Al hilo de esto recuerdo lo que me decía una profesora de piano, compañera y amiga. Hablábamos de cuánto damos la pelmada a los alumnos con aquello de que hay que usar el metrónomo y ella me decía: "Yo les digo que, antes de poner el metrónomo más rápido, tiene que salirles bien por lo menos tres veces seguidas." Ella y yo sabemos que no basta con tres veces para afianzar un pasaje pero conocemos vuestra paciencia y sabemos que tenéis que aprender a estudiar bien poco a poco. Más adelante ya os daréis cuenta de que podemos pasar días trabajando una pieza a una velocidad antes de aumentarla.
Vamos a abordar ahora una segunda cuestión, que tiene muchísimo que ver con la que ya hemos comentado (y que nos llevará a la tercera, por cierto): la concentración.
En otro artículo que publicaré más adelante expondré someramente algunas técnicas que podrían ayudaros a evitar el miedo escénico. Ahora os diré que muchas de ellas, por caminos diversos, tienen un mismo objetivo: aumentar la concentración. A estar pendientes solamente de lo que estamos haciendo, que es tocar.
Fijaos en el oboísta de la foto. ¿Os da la impresión de que mientras toca está pensando en lo que cenará después, o que no debe olvidar comprar un par de barras de pan antes de llegar a casa o en cualquier otra cosa que no sea la música que toca en ese instante preciso?
Así tenemos que estudiar nosotros: concentrados. Y sí, digo estudiar, porque este aspecto debemos trabajarlo en el estudio para que en el concierto no perdamos esa concentración con la que ya nos hemos acostumbrado a trabajar.
¿Cómo trabajar la concentración en el estudio en casa?
Os propongo, para empezar, un ejercicio sencillo con el que, además, mataremos dos pájaros de un tiro. Se trata de un breve ejercicio de respiración.
Una vez que tengamos el oboe montado, la caña a remojo, la partitura en el atril...nos sentaremos en una silla, apoyados cómodamente en el respaldo -pero erguidos, sin doblar la tripa- y con las manos descansando sobre las piernas. Cerraremos los ojos y haremos varias respiraciones lentas, observando el recorrido del aire -que irá hacia el abdomen, así el ejercicio nos sirve también para colocar la respiración antes de tocar- y contando despacio tanto al inspirar como al espirar el mismo número de veces. Respirar contando nos ayudará a fijar la atención solamente en la respiración. (Aprendí este ejercicio en un curso de Mindfullness que hice hace unos meses: ¡gracias Elisabeth!)
Ahora nos pondremos a tocar, a hacer nuestros ejercicios técnicos, el trabajo de piezas y estudios. No dejemos de observar si estamos concentrados. Podríamos repetir en cualquier momento el ejercicio anterior si detectamos que empezamos a pensar en otra cosa. En lo que he hecho antes o haré después o hice ayer o haré mañana, en que mi madre me oye y tal vez no le gustará o sí le gustará lo que hago, en que no debo olvidar hacer esa tarea de matemáticas que bla y bla o en que tal como está ahora la pieza a mi profesora no le gustará o sí le gustará....debemos deshacernos de cualquier pensamiento que no tenga que ver con lo que estamos haciendo en ese momento, que es tocar. Eso sí, todo con mucha paz. No vaya a pasar ahora que nos pongamos trágicos porque nos desconcentramos cuando estudiamos. Ya es un buen comienzo darnos cuenta de que nos pasa.
Si nos acostumbramos a trabajar con concentración, y lo que es importante, sin juzgar todo el tiempo lo que hacemos, habremos avanzado mucho para llegar a tocar en público de la misma manera: concentrados y sin juzgarnos. No se trata de tocar sin darnos cuenta de lo que hacemos. Si, por ejemplo, hemos tocado un ejercicio de sonido y los agudos estaban desafinados está bien que nos demos cuenta para repetirlo con más cuidado. Esto es muy distinto a decirnos que vaya asco, que ese la sobreagudo era impresentable e impropio de nuestra "oboistidad" y que con ese la nadie nos querrá.
Y así llegamos a la última cuestión de hoy: el crítico interior.
Una buena parte del murmullo mental que a veces tiene el músico en la cabeza mientras toca tiene que ver con su crítico interior. Nos pasa como al chaval de la foto: parece que sólo se mira al espejo pero por dentro pasa mucho más.
¿Cuántas veces nos pasa que estamos tocando y, al mismo tiempo, estamos juzgando lo que hacemos? Es como si fuéramos dos personas, uno el que toca y otro el que critica. Acabamos de tocar un pasaje y, en lugar de concentrarnos en el siguiente, estamos diciéndonos lo bien o mal que hemos tocado el que pasó y, claro, nuestros sentidos no están totalmente pendientes de las notas que suenan en cada segundo sino en las que sonaron antes que, por otra parte, no tienen ya remedio.
¿Cuántas veces nos pasa que estamos tocando y, al mismo tiempo, estamos juzgando lo que hacemos? Es como si fuéramos dos personas, uno el que toca y otro el que critica. Acabamos de tocar un pasaje y, en lugar de concentrarnos en el siguiente, estamos diciéndonos lo bien o mal que hemos tocado el que pasó y, claro, nuestros sentidos no están totalmente pendientes de las notas que suenan en cada segundo sino en las que sonaron antes que, por otra parte, no tienen ya remedio.
Normalmente son más habituales pensamientos del tipo: "¡Qué horror, cómo he podido hacer esto, toco faltal, nunca lo conseguiré!" etc. que los del tipo: "¡No ha estado mal, qué bien, estoy aprendiendo un montón, ha sonado bien, qué bonita música!" A ver, tengamos claro que en los dos casos estoy desconcentrándome pero además, en el primero de ellos, me estoy machacando.
Está muy bien que después del estudio o el concierto hagamos una reflexión realista de lo que hemos hecho -y en esto nos puede ayudar nuestro profesor, o la gente que nos haya oído tocar en casa- para estar contentos con nuestros progresos y aprender de nuestros fallos para seguir avanzando, pero tratemos de ser eso, realistas. Muchos intérpretes suelen grabar sus conciertos -también podemos grabarnos estudiando- y es muy habitual oírles decir que, después de escuchar la grabación, se dan cuenta de que no lo habían hecho tan mal como pensaban. Y es que, mientras tocamos, a veces somos un poco trágicos. Se nos van dos semicorcheas y ya solo vemos esas dos semicorcheas torcidas y feas, no las otras ciento cincuenta y tres semicorcheas bien tocadas.
Nada de tragedias. Y no hagamos el análisis mientras tocamos. Cuando toquemos hagamos eso, tocar. Hacer música. Ser uno con la música. Disfrutar.
Está muy bien que después del estudio o el concierto hagamos una reflexión realista de lo que hemos hecho -y en esto nos puede ayudar nuestro profesor, o la gente que nos haya oído tocar en casa- para estar contentos con nuestros progresos y aprender de nuestros fallos para seguir avanzando, pero tratemos de ser eso, realistas. Muchos intérpretes suelen grabar sus conciertos -también podemos grabarnos estudiando- y es muy habitual oírles decir que, después de escuchar la grabación, se dan cuenta de que no lo habían hecho tan mal como pensaban. Y es que, mientras tocamos, a veces somos un poco trágicos. Se nos van dos semicorcheas y ya solo vemos esas dos semicorcheas torcidas y feas, no las otras ciento cincuenta y tres semicorcheas bien tocadas.
Nada de tragedias. Y no hagamos el análisis mientras tocamos. Cuando toquemos hagamos eso, tocar. Hacer música. Ser uno con la música. Disfrutar.
Os recuerdo algo que tratamos en el artículo anterior: el público nos quiere. La gente no va a vernos para contabilizar nuestros fallos sino para disfrutar con la música y, en el caso de nuestras audiciones en la Escuela, para alegrarse con nosotros por nuestros progresos. Quiero decir con esto que el público no piensa lo que suele pensar nuestro crítico interior cuando se pone trágico. Esa es nuestra película, no la suya.
Quiero veros disfrutar tocando. Nada de salir corriendo del escenario en cuanto suena la última nota. Gran sonrisa, saludo para agradecer los aplausos, y abandono pausado del escenario.
Disfrutad, que hacer música es muy grande. Disfrutad como disfruta, por ejemplo, Cecilia Bartoli.
Disfrutad, que hacer música es muy grande. Disfrutad como disfruta, por ejemplo, Cecilia Bartoli.
Ah, y disfrutad viéndola cantar.
¿Os parece demasiado...teatral? Ya hablaremos otro día de eso de hacer teatro cuando tocamos.
¿Os parece demasiado...teatral? Ya hablaremos otro día de eso de hacer teatro cuando tocamos.