Antes de desarrollar la idea que da título a esta entrada en el blog, debo aclarar en qué sentido utilizaré el término "música contemporánea".
Si introduzco estas palabras en el buscador Google, entre las primeras propuestas se encuentra, cómo no, la enciclopedia virtual Wikipedia (que, en muchas ocasiones es de dudosa calidad y/o fiabilidad)que nos cuenta todo esto:
- a la música académica del siglo XX, la música académica creada durante el siglo XX;
- a la música académica contemporánea, la música académica creada a partir de 1975, aproximadamente;
- a la música modernista, la música académica creada entre 1910 y 1975, aproximadamente;
- a la música popular, la música difundida a través de los medios de comunicación de masas;
- al jazz contemporáneo, el jazz desde 1980 aproximadamente, que en Europa está muy ligado a la música académica contemporánea;
- a la world music (‘música del mundo’), la música que, producto de la globalización, pretende integrar elementos folclóricos, étnicos y locales a un lenguaje contemporáneo;
- a la música del siglo XXI, toda la música creada desde el año 2001.
Al parecer, el término "música contemporánea" sirve para situar en el tiempo casi cualquier producto sonoro creado entre 1910 y 2015, incluyendo miles de composiciones totalmente diferentes entre sí.
Por eso creo que tengo, en primer lugar, que dejar claro a qué me refiero yo cuando en este artículo pretenda demostrar que la música contemporánea sí se oye, aunque pudiera parecer lo contrario.
En el aspecto temporal me refiero a la música que se compone hoy, ahora, o hace un par de años o, como mucho, desde hace unos diez años a nuestros días. Y, en el aspecto técnico-compositivo, me refiero más o menos a eso que llaman "música culta", es decir, la música que interpretan orquestas y bandas sinfónicas en teatros y auditorios.
Los conciertos de algunas orquestas sinfónicas, con cierta frecuencia comienzan con una obra que suele ser breve, y que a menudo es un estreno mundial que, desgraciadamente, no pocas veces se interpreta por última vez en público.
Voy a tratar de no pronunciarme sobre el eterno debate de si la aparentemente baja demanda de este tipo de obras se debe a una carencia de formación del público o a un alejamiento del compositor de ese mismo público, cuyos gustos parecería ignorar, etcétera etcétera, porque no es el objeto de esta reflexión. Sí me atrevo a observar que, si atendemos al número de veces que se programan sus obras, al parecer, la música de Mozart -fallecido hace más de doscientos años- está más viva que la de, por ejemplo, Luciano Berio, que murió hace sólo doce años. Y se diría que la música que hoy se escribe para el circuito "culto" no ha conseguido romper esta maldición.
Esta realidad parece contradecir la afirmación que da título a este artículo.
Sin embargo, hay un repertorio contemporáneo que sí parece estar vivo, y que ilustro con este ejemplo:
Se trata en este caso de la obra del compositor Jacob de Haan, en cuya biografía nos relata que "entre sus obras más célebres, están todas las escritas en un estilo próximo a la música cinematográfica (...). Su catálogo comprende piezas de concierto de todos los grados de dificultad, obras concertantes, piezas de música ligera, varias marchas y numerosas obras pedagógicas." (Quienes utilizan lo métodos "look, listen and learn" o dirigen agrupaciones instrumentales en escuelas de música conocen bien estas últimas obras)
Existe un repertorio que parece menor, que bebe de muchas fuentes, que no quiere buscar la originalidad como un fin en sí mismo, que pretende agradar, que quiere ser tocado -de ahí su afán pedagógico, y su frecuentísima interpretación en las agrupaciones instrumentales de las Escuelas de música- y que se programa mucho. Este repertorio incluye las bandas sonoras de películas, que rara vez se interpretan por orquestas en los grandes auditorios y, sin embargo, ocupan a veces programas completos en los ciclos de bandas sinfónicas y agrupaciones de conservatorios y escuelas. Y es música de hoy, contemporánea, de rabiosa actualidad, escrita por compositores vivos y en activo. Por eso me atrevo a afirmar que la música contemporánea se oye, y mucho.
¿Cómo se podría romper la maldición que parece sufrir la música culta, la más original, la experimental, la que emplea lenguajes sonoros, armonías y grafías novedosas?
Sugiero a los compositores que prueben suerte en el campo pedagógico. Que imaginen una banda u orquesta de escuela de música, con instrumentistas que sólo hayan cursado un par de años de lenguaje musical e instrumento, y compongan. Tal vez así logremos educar a una nueva generación de músicos que convivan con naturalidad desde el inicio de sus estudios con esos nuevos repertorios que, actualmente, acostumbran a llegar a su atril después de muchos años de inmersión exclusiva en la música tonal, y que requieren un nivel técnico muy elevado.
Tened en cuenta, además, que vivimos en la tonalidad. Estamos rodeados. De hecho, el mundo musical en que crecen hoy los niños emplea masivamente tres grados del modo mayor, siempre los mismos tres grados, y es deber de los educadores ampliar su universo sonoro. Os aseguro que a nuestros alumnos no les asusta lo novedoso, siempre que técnicamente puedan afrontarlo. Al contrario, lo nuevo les gusta, les estimula...¿a qué esperáis? ¡Estaremos encantados de interpretar "música contemporánea"!
¿Cómo se podría romper la maldición que parece sufrir la música culta, la más original, la experimental, la que emplea lenguajes sonoros, armonías y grafías novedosas?
Sugiero a los compositores que prueben suerte en el campo pedagógico. Que imaginen una banda u orquesta de escuela de música, con instrumentistas que sólo hayan cursado un par de años de lenguaje musical e instrumento, y compongan. Tal vez así logremos educar a una nueva generación de músicos que convivan con naturalidad desde el inicio de sus estudios con esos nuevos repertorios que, actualmente, acostumbran a llegar a su atril después de muchos años de inmersión exclusiva en la música tonal, y que requieren un nivel técnico muy elevado.
Tened en cuenta, además, que vivimos en la tonalidad. Estamos rodeados. De hecho, el mundo musical en que crecen hoy los niños emplea masivamente tres grados del modo mayor, siempre los mismos tres grados, y es deber de los educadores ampliar su universo sonoro. Os aseguro que a nuestros alumnos no les asusta lo novedoso, siempre que técnicamente puedan afrontarlo. Al contrario, lo nuevo les gusta, les estimula...¿a qué esperáis? ¡Estaremos encantados de interpretar "música contemporánea"!
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