Me habría encantado encontrar una imagen semejante a la que encabeza el blog pero con un oboe debajo de ese cuerpo derrotado...sin embargo, no voy a perder el tiempo buscando la imagen perfecta. Prefiero escribir.
Después de mucho tiempo sin escribir, me reestreno con una entrada que podría pareceros inusual viniendo de una profesional de la música. No por el tema en sí -creo que no soy la única a la que le pasan estas cosas- sino por el hecho de contarlo. Los músicos a veces nos preocupamos demasiado por "mantener el tipo", y nos cuesta reconocer ante otros compañeros nuestras debilidades. Pensad, por ejemplo, en el miedo escénico. Entre nosotros, ¿solemos reconocer que pasamos...digamos...cierto canguelo -si es que sucede, claro- cuando tocamos en público?
Otro tema que se lleva a veces con discreción -y del que hoy quiero ocuparme- es la desmotivación propia. Es fácil hablar de la motivación en los alumnos pero ¿qué hay de nosotros?
Ahora viene la confesión: estoy desmotivada con el oboe.
Mi caso será semejante al de muchos de vosotros. Soy profesora de oboe, es decir, tengo un trabajo precioso. Soy también de esos profesores que no tienen un grupo fijo en el que tocar; de los que tocan en grupo sólo de vez en cuando...entre otras cosas porque no me da la vida.
Pero el trabajo no lo es todo y, en mi vida personal, he tenido unos años muy bonitos en los que nacieron mis tres hijos. Si me lee alguna oboísta madre comprenderá de qué voy a hablar ahora.
Conforme avanzaba mi primer embarazo creí que esa presión abdominal que ejercemos al tocar...¡iba a hacer que mi niña saliera disparada! El caso es que al final del embarazo sustituí el oboe moderno (el "negro", como le llama una amiga mía barroca...) por el barroco, creyendo que, aunque necesitaba menos presión, mantendría así la forma. Luego nació Catalina y, bueno, no tuve mucho tiempo para tocar ningún oboe en meses. Cuando volví a mi "oboe negro" me di cuenta de que había perdido años de forma oboística. Después tuve dos preciosos hijos más.
Así que he pasado unos años perdiendo y recuperando la forma, recomenzando cada cierto tiempo con el trabajo técnico de puesta a punto. Sin poder comprometerme a tocar en ningún sitio porque tenía que hacer algo más importante: criar a mis bebés. Años con la obsesión de no perder la forma, marcando en un calendario los días que tocaba...y acabando cada semana dándome cuenta de que no era suficiente. Años con esa presión-obsesión de no poder dejar de tocar y tratando de encajar en una vida de madre trabajadora el estudio del instrumento.
Resultado: agotamiento. Desmotivación.
Todavía podía ser más difícil. Desde hace un par de años estoy participando en el equipo directivo de la Escuela, así que tenía dos trabajos en uno, porque una parte de mi horario seguía siendo lectivo. Este curso tomé una decisión difícil: reducir la jornada atendiendo solamente el horario de dedicación al equipo directivo. Consecuencia (por eso la decisión era MUY difícil): dejaría de dar clases. Vamos, que tenía que pasar el síndrome de abstinencia de alumnos.
Ya sabéis, los profesores padecemos una especie de patología que nos hace adoptar a los alumnos o algo así. Diría que especialmente nos sucede a quienes impartimos clases individuales. Nos llega un buen día un niñito encantador de siete años, y le veremos crecer hasta que se nos vaya al conser o, unos años después, termine el segundo ciclo en la Escuela. Me ha resultado muy difícil dejar a los alumnos pero en este momento de mi vida se hizo necesario.
De modo que me vi en la situación novedosa de no tener clase...y ante una oportunidad de oro para aparcar el oboe durante un tiempo. Sí, habéis oído bien: aparcar el oboe. Necesitaba meterlo dentro de un armario y olvidarme de él.
Ha sido una buena decisión. Me ha gustado quitarme de encima esa sensación permanente de tener que tocar para mantener la forma. Os puede parecer patético esto, seguramente os preguntaréis: "¿Y qué hay de tocar por tocar, sólo para disfrutar?" Bueno, hay momentos en la vida en que esto no es tan fácil, y se ve una trabajando sonido y escalas en plan gimnasia de mantenimiento habiendo olvidado aquella pasión por la música.
Ahora, después de unas largas "vacaciones oboísticas" estoy en otra fase. Una etapa como de reencuentro. Empecé teniendo ganas otra vez de oír música de oboe. Y otra vez pensé lo de antaño, aquello de que el oboe es el instrumento más hermoso de cuantos existen. Y, tirando de ese hilo, me he visto metiendo de nuevo la caña en el botecito de agua.
Me queda mucho trabajo por delante. Pero todo ha merecido la pena, especialmente mis niños...