El día 30 de enero pasado nos reunimos en la biblioteca de la Escuela Especial de música Joaquín Maya casi todos los profesores de oboe de Navarra. Entre los que allí estábamos representábamos a casi la totalidad de las Escuelas de música en las que se enseña oboe, además de a los conservatorios Profesional y Superior.
Teniendo en cuenta lo publicado en la página web del Gobierno de Navarra "según los datos definitivos del Padrón, la población residente en la
Comunidad Foral a 1 de enero de 2014 es de 640.790 habitantes" -somos una Comunidad Autónoma pequeña- y que, entre todos los que allí estábamos, sumamos alrededor de 150 alumnos, resulta que casi el 0,025 por ciento de la población navarra toca el oboe, de modo que podemos afirmar que la enseñanza del oboe en Navarra goza de una excelente salud. Para ser el instrumento raro que somos, no está nada mal...
Pero no nos habíamos reunido para gozarnos de nuestra salud oboística, ni siquiera para gozar del almuerzo.
Sucede que los que allí estábamos hemos coincidido estudiando más o menos en la misma época, aquella época en la que éramos unos quince o veinte en total, algunos han sido profesores de los otros, y además acudíamos a cursillos juntos, hacíamos cenas de oboístas -en las que estaba prohibido hablar de cañas-, y de todo aquello ha quedado una relación cercana y cordial que nos ha movido, por ejemplo, a organizar entre todos encuentros a los que acuden más de setenta chavales y chavalas tocadores de la doble caña.
Sin embargo, tampoco nos reunimos esta vez para organizar uno de los encuentros de la joven banda de doble caña. Queríamos hablar, más o menos, de pedagogía. De motivación, de repertorio, de nuestros cómos y porqués, además de compartir dificultades, ocurrencias, recursos, métodos y repertorio para las clases, etc. Como tengo memoria de chorlito se me daría muy bien ser la secretaria de este amigable grupo de profesores, porque lo apunto casi todo para que no se me olvide, y eso me permite ahora compartir con vosotros alguna de nuestras reflexiones, a modo de "acta informal" de ese encuentro. Ilustraré este artículo con imágenes de oboístas muy formales ya que, si lo adornara con fotos nuestras, tal vez no nos tomaríais muy en serio...
Empezamos tirando del hilo de la motivación, un poco a propósito del artículo que publiqué hace poco en este blog, y ese hilo se nos enredaba a menudo con la cuestión del repertorio.
Parece que, desde los tiempos en que desaparecieron los conservatorios elementales -muchos de los cuales se transformaron en escuelas de música-, se ha ganado mucho en libertad, con la ventaja sobre el sistema anterior de que nos podemos amoldar a cada alumno, teniendo una gran flexibilidad en lo que a metodología y repertorio se refiere. Al mismo tiempo, la música como asignatura viene perdiendo peso en la enseñanza general, y parece que las escuelas de música tienen que suplir ese vacío, lo que podría desorientar nuestra enseñanza.
Volviendo a ese paso del conservatorio elemental digamos más rígido a la flexible escuela de música, algunos nos preguntábamos si no nos hemos dejado el repertorio clásico por el camino, inmolando siglos de música en ese altar de la motivación. Todos estábamos de acuerdo en que es bueno que el alumno conozca y toque diferentes estilos sin limitarse a uno solo. Por otra parte, había quien nos recordaba que el repertorio propio del oboe tiene un perfil marcadamente "clásico", y que, aunque nos permitamos "licencias" trabajando obras de estilos digamos más modernos no debemos engañar a nuestros alumnos: si continúan avanzando cursos con el oboe, se irán encontrando con lo clásico irremediablemente.
A este respecto preguntaba yo, que soy profesora de escuela, a los profesores del conservatorio si los alumnos que les llegan de las escuelas sufren mucho con el repertorio clásico saliendo de un mundo que a veces es algo más "popero", pero ellos decían que quienes han pasado una prueba de acceso llegan motivados para aceptar algo nuevo, y con ganas de lo que les echen. Vamos, que no les resulta traumático encontrarse con el concierto de Marcello después de pasar unos años bailoteando con el "look, listen and learn".
Bueno, tengo que matizar esto del "look", que tiendo mucho a la exageración...en realidad, a todos los allí presentes nos gusta mucho lo clásico, y todos trabajamos también con música de siglos pasados.
Pero, ¿qué pasa con la motivación?
Gracias al auge de las escuelas, hoy el estudio de la música se ha extendido a muchísima más gente de la que podía y/o quería estudiar hace unas décadas. Entre los presentes, había quien se atrevía con una pequeña estadística: de cada treinta alumnos podría decirse que diez están ahí por estar, otros diez poco a poco van avanzando y otros diez querrán seguir estudiando (no necesariamente en el conservatorio). Estos últimos, los que tienen más interés, al parecer no tienen ningún problema con el repertorio, lo aceptan, estudian, tocan y disfrutan todo. Sin embargo, el que no estudia, tampoco lo hace con Disney. Se diría que desmotiva más la falta de reto o, más bien, la poca o ninguna gana de superarlo. Ah, y que conste que también reconocíamos que en nuestros primeros años como profesores queríamos que todos nuestros alumnos fueran buenos o muy buenos...y que luego hemos aprendido a alegrarnos con los pequeños logros de todos ellos. Con todos disfrutamos y tratamos de hacer cuanto podemos para que aprendan (ya sabéis, "el cien por cien de nuestro cincuenta por ciento"). Al hacer esa especie de clasificación en tres tercios no hablamos de malos, menos malos, buenos, etc. sino del interés que muestran los alumnos.
No obstante, da la impresión de que existe una premisa que condiciona en muchas escuelas o a muchos profesores la elección del repertorio, uno de esos pensamientos "de fondo" que nadie sabría decir quién formuló primero, o si se extendió de modo contagioso como los catarros vía estornudo: la música clásica no motiva, así que para motivar a ese sesenta y seis por ciento de alumnos que no saben por qué están ahí ni tienen gana alguna de matarse a estudiar dejamos al otro treinta y tres por ciento sin Haendel.
Hubo otra reflexión en torno a la elección de repertorio relacionada con la motivación, y que se puede unir al cóctel que os acabo de describir. Tiene que ver con "los niños de hoy en día", a los que se da tal vez demasiado margen para decidir y marcar las pautas. Desde el "¿Qué te apetece de postre?", en lugar de "Hoy de postre hay manzana", hasta el "¿Qué te apetece tocar?" en lugar de "Vamos a tocar esta fantástica pieza". Y, ya que nos ponemos a reflexionar, también alguno -o alguna- se preguntaba cuál es concretamente ese repertorio musical habitual de los niños de hoy en día, en un momento histórico en el que los dibujos de "Dora la exploradora" se ven destronados del ranking de audiencia por una novedad televisiva cada semana. ¡Estreno! ¡Nuevo estreno!...y la melodía de Dora pasó a la historia. ¡Pero si muchas veces somos nosotros los que les enseñamos esa música de Disney que no han oído nunca, porque se han estrenado otras veinte películas desde el mítico Rey León!
Con más calma, un profesor más ponderado decía que sí puede haber una música con la que se expresan con más facilidad, y la podemos aprovechar para trabajarla con el oboe, sin por ello despreciar otros repertorios.
Se preguntaba alguien si, por motivar, el medio que en un principio pudo ser el trabajo con repertorio popero, televisivo, moderno o como se le quiera llamar, no se ha convertido en un fin. Y, ya que hablábamos de fines, también nos podemos plantear la pregunta de si a algunos profesores de escuela les gusta realmente la música clásica, si la valoran tanto como para querer, con los medios que sean necesarios, acercar a sus alumnos a este repertorio, si lo tenemos como fin.
Y fin. Seguramente me dejo cosas en el tintero, o en el bote de mojar las cañas. Si mis compañeros profesores de oboe me complementan y/o corrigen, iré corrigiendo este artículo. ¡Gracias a todos ellos por esas ganas de pensar, mejorar, compartir, enseñar y aprender! ¡Aprendo mucho de todos vosotros!
Empezamos tirando del hilo de la motivación, un poco a propósito del artículo que publiqué hace poco en este blog, y ese hilo se nos enredaba a menudo con la cuestión del repertorio.
Parece que, desde los tiempos en que desaparecieron los conservatorios elementales -muchos de los cuales se transformaron en escuelas de música-, se ha ganado mucho en libertad, con la ventaja sobre el sistema anterior de que nos podemos amoldar a cada alumno, teniendo una gran flexibilidad en lo que a metodología y repertorio se refiere. Al mismo tiempo, la música como asignatura viene perdiendo peso en la enseñanza general, y parece que las escuelas de música tienen que suplir ese vacío, lo que podría desorientar nuestra enseñanza.
Volviendo a ese paso del conservatorio elemental digamos más rígido a la flexible escuela de música, algunos nos preguntábamos si no nos hemos dejado el repertorio clásico por el camino, inmolando siglos de música en ese altar de la motivación. Todos estábamos de acuerdo en que es bueno que el alumno conozca y toque diferentes estilos sin limitarse a uno solo. Por otra parte, había quien nos recordaba que el repertorio propio del oboe tiene un perfil marcadamente "clásico", y que, aunque nos permitamos "licencias" trabajando obras de estilos digamos más modernos no debemos engañar a nuestros alumnos: si continúan avanzando cursos con el oboe, se irán encontrando con lo clásico irremediablemente.
A este respecto preguntaba yo, que soy profesora de escuela, a los profesores del conservatorio si los alumnos que les llegan de las escuelas sufren mucho con el repertorio clásico saliendo de un mundo que a veces es algo más "popero", pero ellos decían que quienes han pasado una prueba de acceso llegan motivados para aceptar algo nuevo, y con ganas de lo que les echen. Vamos, que no les resulta traumático encontrarse con el concierto de Marcello después de pasar unos años bailoteando con el "look, listen and learn".
Bueno, tengo que matizar esto del "look", que tiendo mucho a la exageración...en realidad, a todos los allí presentes nos gusta mucho lo clásico, y todos trabajamos también con música de siglos pasados.
Pero, ¿qué pasa con la motivación?
Gracias al auge de las escuelas, hoy el estudio de la música se ha extendido a muchísima más gente de la que podía y/o quería estudiar hace unas décadas. Entre los presentes, había quien se atrevía con una pequeña estadística: de cada treinta alumnos podría decirse que diez están ahí por estar, otros diez poco a poco van avanzando y otros diez querrán seguir estudiando (no necesariamente en el conservatorio). Estos últimos, los que tienen más interés, al parecer no tienen ningún problema con el repertorio, lo aceptan, estudian, tocan y disfrutan todo. Sin embargo, el que no estudia, tampoco lo hace con Disney. Se diría que desmotiva más la falta de reto o, más bien, la poca o ninguna gana de superarlo. Ah, y que conste que también reconocíamos que en nuestros primeros años como profesores queríamos que todos nuestros alumnos fueran buenos o muy buenos...y que luego hemos aprendido a alegrarnos con los pequeños logros de todos ellos. Con todos disfrutamos y tratamos de hacer cuanto podemos para que aprendan (ya sabéis, "el cien por cien de nuestro cincuenta por ciento"). Al hacer esa especie de clasificación en tres tercios no hablamos de malos, menos malos, buenos, etc. sino del interés que muestran los alumnos.
No obstante, da la impresión de que existe una premisa que condiciona en muchas escuelas o a muchos profesores la elección del repertorio, uno de esos pensamientos "de fondo" que nadie sabría decir quién formuló primero, o si se extendió de modo contagioso como los catarros vía estornudo: la música clásica no motiva, así que para motivar a ese sesenta y seis por ciento de alumnos que no saben por qué están ahí ni tienen gana alguna de matarse a estudiar dejamos al otro treinta y tres por ciento sin Haendel.
Hubo otra reflexión en torno a la elección de repertorio relacionada con la motivación, y que se puede unir al cóctel que os acabo de describir. Tiene que ver con "los niños de hoy en día", a los que se da tal vez demasiado margen para decidir y marcar las pautas. Desde el "¿Qué te apetece de postre?", en lugar de "Hoy de postre hay manzana", hasta el "¿Qué te apetece tocar?" en lugar de "Vamos a tocar esta fantástica pieza". Y, ya que nos ponemos a reflexionar, también alguno -o alguna- se preguntaba cuál es concretamente ese repertorio musical habitual de los niños de hoy en día, en un momento histórico en el que los dibujos de "Dora la exploradora" se ven destronados del ranking de audiencia por una novedad televisiva cada semana. ¡Estreno! ¡Nuevo estreno!...y la melodía de Dora pasó a la historia. ¡Pero si muchas veces somos nosotros los que les enseñamos esa música de Disney que no han oído nunca, porque se han estrenado otras veinte películas desde el mítico Rey León!
Con más calma, un profesor más ponderado decía que sí puede haber una música con la que se expresan con más facilidad, y la podemos aprovechar para trabajarla con el oboe, sin por ello despreciar otros repertorios.
Se preguntaba alguien si, por motivar, el medio que en un principio pudo ser el trabajo con repertorio popero, televisivo, moderno o como se le quiera llamar, no se ha convertido en un fin. Y, ya que hablábamos de fines, también nos podemos plantear la pregunta de si a algunos profesores de escuela les gusta realmente la música clásica, si la valoran tanto como para querer, con los medios que sean necesarios, acercar a sus alumnos a este repertorio, si lo tenemos como fin.
Y fin. Seguramente me dejo cosas en el tintero, o en el bote de mojar las cañas. Si mis compañeros profesores de oboe me complementan y/o corrigen, iré corrigiendo este artículo. ¡Gracias a todos ellos por esas ganas de pensar, mejorar, compartir, enseñar y aprender! ¡Aprendo mucho de todos vosotros!
Siempre ha sido un instrumento algo raro y que no ha tenido mucha relevancia pero su característico tono la verdad es que lo hace imprescindible en cualquier banda, me ha encantado el artículo
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