domingo, 2 de noviembre de 2014

Cuando el oboe se queda solo: los solos de orquesta.

Muy queridos oboístos y oboístas:

Vamos a aprender hoy varias cosas importantes para enriquecer vuestros conocimientos oboísticos y musicales. Una de ellas es la diferencia entre un solista-solista y un solista que lo es a ratos. Eso sí, dejando claro por una parte que los dos son solistas y, puesto que lo son, tocan de maravilla y, por otra, que muchísimas veces el mismo músico puede ser en ocasiones un tipo de solista y en otras ocasiones otro tipo de solista. Lo entenderéis enseguida.

Empezaremos por el primer tipo de solista. Se trata de alguien que suele tocar bastante bien su instrumento y que se coloca de pie o sentado -según el instrumento de que se trate- junto al director, delante de la orquesta. Bueno...junto al director, si hay director. En el ejemplo que os invito a disfrutar a continuación, tratándose de una pequeña orquesta, las solistas -violín y oboe- dirigen mientras tocan.



Por si no queda claro, veamos y escuchemos otro ejemplo, esta vez también con director. Hay un detalle que también establece una diferencia entre este y el otro tipo de solista. Veréis que, cuando Cristina Gómez Godoy sale a escena, todos los músicos de la orquesta están ya sentados, y el público la recibe con un aplauso. Cristina es uno de los casos de que os hablaba al principio: además de hacer giras tocando conciertos como el que veréis a continuación, es oboe solista de la orquesta Stattskapelle de Berlín, lo que significa que trabaja también en una orquesta.



Conozcamos ahora a esa otra categoría de solista, la del que trabaja en la orquesta.
Se trata de alguien que está discretamente sentado entre los músicos de la orquesta, con un sencillo atril en el que atesora algún que otro artilugio imprescindible para desempeñar su trabajo sin riesgos: una docena de cañas fantásticas, la navaja y el resto del cacharrerío ferreteril necesario por si de pronto todas fueran imposibles de tocar, el trapillo y el papel de fumar para absorber cualquier condensación indeseable que pudiera distorsionar el límpido sonido de cualquier nota, el afinador para que ayude al solista a emitir el perfecto y diáfano la que será la referencia de afinación para toda la orquesta, el lápiz (de eso, al menos en los ensayos, tienen todos), el rollito de celofán o teflón o baudruche para evitar pequeños escapes de aire a la caña, el pequeño soporte para dejar el oboe durante los compases de silencio y/o mientras se hacen raspados de emergencia a las cañas. Seguramente a algún oboísta esta lista le parecerá escasa...

Este oboísta es fácilmente localizable entre los músicos porque suele estar más rojico que quienes le rodean, y también porque, muy a menudo, durante la interpretación de la partitura orquestal, surgirá de su instrumento una melodía que destacará sobre todo lo que pueda estar sonando en ese momento y que nos hará buscarle con la mirada. Se trata de un solo de orquesta. Esta es otra de las cosas que hoy vamos a aprender.
¿Qué es un solo de orquesta? Se trata de un momento en que, desde el entramado sonoro de la partitura, un instrumento destaca sobre todos los demás. Muy a menudo, en la particella del oboísta, el editor habrá escrito la palabra "solo" al principio de ese pasaje.

A continuación os enlazo un vídeo en el que un joven oboísta interpreta el solo de la obra de Ravel "Le Tombeau de Couperin". Se trata de un solo de los difíciles, de esos que muchas veces tienen que tocar quienes opositan para una plaza de primer oboe en una orquesta.

Otro ejemplo de solo para oboe bellísimo es el que encontramos en el segundo movimiento del concierto para violín de Johannes Brahms, en este caso interpretado por el oboe solista de la Orquesta de Radio Televisión Española, Francisco Javier Sancho, a quien muchos conocemos y de quienes algunos habéis tenido la suerte de recibir clase.


Otro regalico, también con Fran Sancho al oboe. Este solo se oye en el concierto para violín de Samuel Barber. ¡Qué delicia!


A continuación, un caso curioso. Algunos solos son tan largos y memorables que son interpretados por ambos tipos de solista. Se trata en este caso del hiperconocidísimo solo de oboe que se encuentra en la banda sonora de la película "La Misión". La banda sonora es obra del compositor Ennio Morricone y a los oboístas nos viene muy bien para salir airosos de la típica situación en que uno se encuentra cuando dice que toca este instrumento: poca gente suele saber qué es un oboe. Entonces uno canturrea eso de La Misión y, al menos, hay quien sabía cómo suena un oboe (celestial, claro).
Ahí va la primera versión, en plan solista de pie junto al director.

Ahora la segunda versión, con el oboísta sentado en su silla entre los músicos de la orquesta.






Con estos dos últimos vídeos todavía podéis aprender algo más. Se trata de saber qué a los músicos se les llama intérpretes. Cuando anuncian que se va a oír una sinfonía, concierto, sonata...siempre se dice: "Concierto de fulanito para tal instrumento y orquesta INTERPRETADO por la orquesta tal y cual, con menganito al instrumento solista y zutanito en la dirección". ¿Por qué tanta presentación? ¿No basta con decir que es la sinfonía número ene de equis director? La respuesta es no. A pesar de la precisión que pueda tener la partitura con sus indicaciones de tempo, sus alturas y medidas, pianos, fortes y fortissimos...cada intérprete toca su versión de la partitura. Por eso las dos versiones del "Gabriel's oboe" de La Misión son tan parecidas y tan distintas al mismo tiempo. ¿A que es maravilloso saber que aunque oigamos mil veces la misma partitura será tantas otras veces diferente?

Todavía se me ocurre algo más que podríais aprender, pero para esto voy a pedir ayuda por si algún sabio me leyera. Se trata de la diferencia entre "solo" y "soli". Cuando en la particella vemos escrita la palabra "solo" es un solo instrumento el que destaca. Sin embargo, si tuviéramos la palabra "soli", estaremos ante varios instrumentos solistas que tocan al mismo tiempo. ¿Alguien podría darme un ejemplo?

¡Gracias por adelantado!

domingo, 12 de octubre de 2014

Tocas el oboe...¿y no oyes música oboística????

Aviso: Este artículo va dirigido a cualquier estudiante de música, toque el instrumento que toque. Si no tocas el oboe y deseas sentirte aludido, puedes sustituir mentalmente el vocablo "oboe" por el de tu instrumento.

Muy queridísimos aprendices oboístas y oboístos:

Antes de empezar, como tantas veces, a aburriros con mis anécdotas de abuelita del oboe, os diré el por qué de este nuevo artículo. Tiene que ver con un hecho real, que llevo años constatando y que no acabo de asimilar:

¡¡¡ESTUDIÁIS OBOE Y NO ESCUCHÁIS MÚSICA DE OBOE!!!


I. ¿POR QUÉ NO LO HACÉIS? (Me pregunto entre retortijones, estirándome de las coletas...)

Bueno, aquí me gustaría que le dierais un repaso a aquello que os escribí sobre la música clásica. Y alguno de vosotros osará preguntarme: "Y, ¿por qué leer el rollo aquel sobre la música clásica si yo, en realidad, toco el oboe?"
Ante semejante pregunta me veo obligada a ponerme un poco macarra. Vamos a ver...sé que podemos entretenernos muchos trimestres dando vueltas a las eternas -y, sí, incluso no demasiado feas- bandas sonoras de Disney. Pero seamos sinceros: ¿qué porcentaje del repertorio propio del oboe representan las bandas sonoras de Disney? Si respondo a esta pregunta refiriéndome en exclusiva al repertorio escrito concretamente para el oboe con absoluta y clara intención del compositor de turno de escribir para el oboe estimo que el porcentaje sería..¡¡¡del 0%!!!


Por lo tanto, estamos ante un instrumento cuyo maravilloso repertorio ha sido escrito desde su nacimiento a finales del siglo XVII (diecisiete) hasta nuestros días por compositores de los que vosotros llamaríais clásicos.

Es decir: tocáis un instrumento para el que cientos de compositores durante siglos han escrito páginas memorables...¿¿¡¡Y NO OÍS ESA MÚSICA!!??


II. ¿POR QUÉ CREO QUE DEBERÍAIS OÍR MÚSICA OBOÍSTICA?

De modo que estáis poniéndoos rojos, feos, hinchados y fatigados tocando un instrumento del que algunos no conocéis el repertorio. Os daré sólo algunas de las muchas razones por las que creo que sería bueno que lo conociérais:

1ª Podría ayudaros a contestar con orgullo a esos que ponen cara de póker cuando les contáis que tocáis el oboe que, además de ser el más hermoso de los instrumentos que suenan sobre la faz de la tierra, tiene, por ejemplo, un concierto compuesto por el mismísimo Wolfang Amadeus Mozart.

2ª Podríais llegar a formar parte de esos grupos de gente original que habla durante horas de los matices magistrales que aportan los diferentes oboístas a uno u otro concierto, sonata o solo de orquesta. Si además llegáis a ser capaces de hablar también durante largo rato de las cañas, sus orígenes, secados, formas, sonidos, raspados y remojados, seréis unos auténticos oboístas.

3ª Es bastante consolador comprobar que los grandes oboístas también se ponen rojos, feos e hinchados. Por otra parte, uno se da cuenta de que esta cuestión no se resuelve con los años sino que va unida al instrumento. Es irremediable.

4º A veces sucede que oír música oboística provoca ganas de tocar el oboe, para llegar a tocar como el del disco. Eso, al menos, me pasaba a mí, y así os lo voy a relatar en el siguiente epígrafe.

III. VUESTRA ABUELIPROFA DE OBOE:

Yo era ya mayorcita cuando empecé a estudiar música. Normalmente los que llegamos mayorcitos al estudio de la música sabemos lo que queremos: llegar a tocar la maravillosa música que hemos oído. Eso sí, nos exponemos a sufrir una gran decepción cuando comprobamos -en el caso de los oboístas con el primer soplido- que nuestro instrumento no suena como el de los discos...pero, si conseguimos perseverar, puede llegar el día en que el profesor coloque en nuestro atril una partitura de las que tantísimas veces hemos oído. Os aseguro que es muy emocionante...¡tocar la música del disco! (Aunque no la toquemos como el solista del disco)

A muchísimos de vosotros todo esto os resulta muy ajeno, empezando por la palabra "disco". De acuerdo, soy una abuela. He conocido los vinilos y las casetes, formatos del pleistoceno tecnológico que, por cierto, ahora en algún caso se están recuperando. Cuando me enamoré del oboe oía un programa en Radio Clásica que se dedicó al oboe. Todavía guardo la casete en la que grabé aquel programa. (Incluyo una foto de una auténtica casete, por si alguno que otro no sabe a qué me refiero)

En la época en que empecé a aficionarme a la música clásica no sabía qué discos comprar ya que era muy ignorante en lo que se refiere a compositores, épocas, intérpretes...así que iba a la tienda y empezaba a trastear. A veces compraba un disco sólo porque el nombre del compositor se me hacía curioso y su época empezaba ya a gustarme. Me decía: "A ver...barroco, italiano, instrumentos originales, oboe, violín...¡lo compro!" Así fui descubriendo mil y un "tesoros sonoros".

Ahora no podéis hacer esto por una parte porque casi no quedan tiendas de discos y, por otra, porque la industria del disco está clínicamente muerta...¡¡¡pero nunca fue tan fácil (y gratuito) oír música!! Tenéis por ejemplo algo tan sencillo como la búsqueda de youtube. Escribid el nombre de vuestro instrumento y empezad a ver y oír. Están también las aplicaciones gratuitas como Spotify.

También tenemos la radio, ese artilugio que parecía querer morir con los dinosaurios de vinilo y las casetes pero que sigue vivo en gran parte gracias a internet. Os cuento de qué manera. Una radio de referencia es Radio Clásica. Podéis oírla en casa, en el coche...y también on line a tiempo real. ¿Hay un programa que nos ha gustado especialmente y quisiéramos oírlo a otra hora? Pues tenemos todas las emisiones colgadas de la web. Además está aquello de los podcasts, que básicamente consiste en la posibilidad de descargar los programas en tu ordenador y oílos cuando te dé la gana. ¿No es fantástico?

Os contaré qué me pasó cuando, allá por el tiempo de mis veintiocho primaveras, entré en el conservatorio de grado medio (hoy se llama profesional, queda mejor y da más miedo). Cuando entraba por primera vez en el modesto edificio del conservatorio me parecía franquear la puerta del Olimpo o algo así, un lugar en el que todo el mundo adoraría a Beethoven, hablaría de la última ópera representada en el festival de Bayreuth o de la última grabación de Harnoncourt, como mínimo.

En fin, aquello no era exactamente así.  Había una gran mayoría de alumnos con una gran afición a la música digamos moderna y una minoría de aficionados a la música llamada clásica. Al menos unos años después los aficionados a la música clásica nos habíamos localizado y compartíamos nuestra originalidad -algunos hasta estábamos suscritos a la revistilla-boletín de Radio Clásica, qué "frikismo"- en ese contexto general de aficionados al pop que tocaban con su violín sonatas barrocas y conciertos románticos. 

IV. EPÍLOGO

Llegados a este punto seguramente no podéis ya soportarlo más y necesitáis oír música oboística. ¿No sabéis por dónde empezar? Pinchad aquí. ¡¡A disfrutar!!





lunes, 15 de septiembre de 2014

El crítico exterior (Miedo escénico 3)

Retomo la serie de artículos sobre el miedo escénico esta vez no con una reflexión propia sino con un interesante artículo que he encontrado en el blog Ser Mupsico de la psicóloga Laura Martínez. 

Recordaréis que hablábamos sobre el crítico interior y también le hemos dado alguna vuelta a la percepción negativa que tenemos a veces del público, imaginándolo como si estuviera compuesto de un montón de críticos terribles que, libreta en mano, acuden a nuestro concierto solamente para sacarnos los fallos, los colores, los desafines y hasta los sudores...cosa que no es cierta. 
Esa percepción del público como crítico severo es más una proyección de nuestro crítico interior en el público que una realidad. Lo que estamos haciendo es imaginar que los demás nos oyen como nos oímos nosotros: poniéndonos verdes.

Por otra parte, en algún momento de nuestra vida sí puede suceder que nos oigan los críticos: examinadores, profesores, e incluso -por qué no- algún familiar impertinente que se empeña en decirnos en primer lugar todo lo que hemos hecho mal con la sana intención de hacernos ver esos fallos que por supuesto nosotros habíamos percibido sin ningún problema. Lo que suelen pretender es que saquemos provecho de nuestros fallos para mejorar...y a veces lo que consiguen es hundirnos en la miseria (aunque esto no quiere decir que haya que pasar por encima de los errores para no agobiarnos, es bueno tener una sana relación con nuestra realidad para mejorar).

Las reflexiones que Laura Martínez hace sobre "El fantasma de la crítica" os pueden ayudar a llevaros mejor con las a veces inevitables críticas. Está publicado en el blog "La brújula del canto", de Isabel Villagar.


viernes, 12 de septiembre de 2014

¡¡¡Estudia matemáticas para mejorar tu musicalidad!!!

Sí, ya sé. Tocaba seguir hablando del miedo escénico. De momento, aconsejo a mis alumnos que lean esta entrada sobre un curso de yoga para jóvenes músicos que tendremos en la Escuela durante el próximo curso.
También sería muy adecuado dada la proximidad del inicio del curso  escribir algo sobre la puesta a punto después del largo verano. A este respecto, podríais calentar motores leyendo este artículo que publicó en su blog mi maestro oboísta. Otro día -no muy lejano- ya os daré yo algún consejo para la vuelta al cole oboístico.

En fin, no descarto ni lo uno ni lo otro, pero es que hoy estoy enfadada y me ha dado por desahogarme aquí, en esta ventana. Voy a abrir, a respirar hondo y a soltar cuatro gritos.

Me diréis algunos: "¿Qué te pasa? Si tú no sueles enfadarte..." Os diré en primer lugar que me conocéis poco, porque tengo un genio terrible y, en segundo lugar, que tengo sobrados motivos para enfadarme.

Y es que estoy harta.
Llega septiembre. El mes del principio de casi todo. Del cole, de los entrenamientos, de los idiomas, de los montones de propósitos. De las extraescolares. Por ejemplo, de la extraescolar de música. 

Cuando uno monta una actividad del tipo que sea por supuesto hay que anunciarla adecuadamente para que interese al mayor número de gente posible. Si abrimos una nueva carnicería anunciaremos nuestro chuletón como el incomparablemente mejor chuletón del universo. Más allá de nuestro chuletón la "chuletonidad" no existe.

Supongamos ahora que queremos vender una extraescolar de música. Algo, por ejemplo, como lo que vosotros hacéis en la Escuela. ¿Qué deberíamos hacer para despertar el interés por la música?
Pues está clarísimo: decir que es muy buena para mejorar en matemáticas. O en lenguaje. O en sociabilidad. O en lo que sea.
Si escribo "beneficios de la música" en el buscador de google encuentro, por ejemplo, perlas como ésta: "La etapa de la alfabetización del niño se ve mas estimulada con la música. A través de las canciones infantiles, en las que las sílabas son rimadas y repetitivas, y acompañadas de gestos que se hacen al cantar, el niño mejora su forma de hablar y de entender el significado de cada palabra. Y así, se alfabetizará de una forma más rápida. La música también es beneficiosa para el niño cuanto al poder de concentración, además de mejorar su capacidad de aprendizaje en matemáticas. La música es pura matemática. Además, facilita a los niños el aprendizaje de otros idiomas potenciando su memoria." 

Queridos padres: ¿no os resulta esto muy familiar? ¿Se trata o no de un reclamo habitual?

Pero yo me pregunto: ¿qué pasa con la música en sí? ¿no es la música un arte, un bien en sí mismo, algo que puede ser bueno aprender, disfrutar y practicar independientemente de que ello nos ayude a desarrollar capacidades que sirvan para otra cosa? Por otra parte, además de a mí misma, ¿quién no conoce a algún músico que sea negado para el cálculo mental, o insociable, o de poca o nula fluidez verbal, etc. etc.?
Vamos a ver, no es que me atreva a cuestionar los sesudos estudios científicos que hay detrás de estas teorías. Aunque también conviene recordar, de todos modos, que la realidad de las cosas tiene más que ver con las leyes científicas que con las teorías científicas. Quiero decir con esto que, así como la ley de la gravedad es una evidencia incuestionable, la teoría de esto o aquello es eso, una teoría. Que hoy puede ser válida y mañana ser mejorada, matizada o destrozada por otra teoría. Y a veces aceptamos como leyes todas las teorías que emanan de las universidades de Wisconsin, Iowa o Seúl, incluidas todas las referidas a la pedagogía. Pero esto es harina de otro costal e incluso de otro blog...

Por otra parte, no niego que la música sea matemática. He estudiado unos cuantos años de análisis en el conservatorio y, además, esta materia me sedujo especialmente. Tanto que recorría muchos kilómetros para acudir a cursos de análisis con muy buenos maestros.
Creo que, desde una admiración enorme por el misterio de la emoción que provoca la música, y por el genio creador de tantos compositores, creía que analizando cada nota, armonía, devenir melódico y estructura, iba a descubrir el gran secreto de la Belleza. Pero no. Cuando ya tenía la partitura pintada de mil colores, cuando había descubierto cada modulación, giro melódico y andamiaje...volvía a oír la música...y la partitura se me caía de las manos. Había algo más que esas matemáticas. 

Oíd: la música nos lleva a veces a regiones de nosotros que desconocíamos, nos arranca el alma para pasearla ahora entre espinos que hieren y, después, entre otoños húmedos que acarician... Un aria de Bach puede hacer que rocemos a Dios y también que nos abismemos en dolores que escondíamos. La música es tanto que no se puede contar. Hace que se nos erice la piel mientras tocamos, sorprendidos por nuestra propia emoción. Consigue a veces salir de uno a pesar de que un gran nudo en la garganta, formado por no sé qué armonías innombrables, se empeña en colocarse entre el aire y el instrumento. La música en la garganta de una madre da paz al bebé que tenía pesadillas y puede también sacar de quicio a quien buscaba silencio para huir.

La música merece la pena. Porque sí. Sólo por la Belleza. Por el dolor, la risa, el grito y las lágrimas. La emoción. El contrapeso al silencioso e infinito cosmos que nos rodea y que, con la música, de pronto se ve habitado.

Dejémoslo aquí, que me pongo de poeta en rebajas...dejaré que hablen los grandes.






domingo, 17 de agosto de 2014

Estudiar sin miedo, la concentración, el crítico interior: el miedo escénico (2)

Hoy vamos a profundizar un poco en algunas cuestiones que cité un poco de pasada en el artículo anterior.

La primera de ellas es el estudio. 

Habíamos quedado en que, si la inseguridad tocando en público tiene que ver con una deficiente preparación, no podemos decir que haya miedo escénico. Lo que hay es sentido lógico: si lo llevo con pinzas tengo bastantes probabilidades de meter la pata, con lo cual, estoy como un flan.

Esta afirmación tan lógica nos puede llevar, lógicamente, a preguntarnos cuánto hay que estudiar para estar seguro en un concierto. A modo de respuesta rápida os transmitiré lo que oí decir al oboísta Víctor Archel en una clase magistral a la que asistí como oyente el curso pasado en el Conservatorio Superior de Navarra, con la que él quería convencer a alumno y oyentes del imprescindible uso del metrónomo para estudiar: "hay que repetirlo mil veces y, cuando ya sale, otras dos mil".
A ver, entendedme. No os pido que ahora incorporéis a vuestro cacharrerío oboístico un cuaderno para hacer palitos en plan condenados con objeto de ayudaros a contar las mil o dos mil veces. Me atrevo a interpretar lo que Víctor quería decir aclarando que se trata de tener muchísima seguridad de que, en el contexto seguro y tranquilo del estudio en casa, las piezas están totalmente controladas. Así tendremos muchísimas posibilidades de que en el concierto salgan casi solas.
Al hilo de esto recuerdo lo que me decía una profesora de piano, compañera y amiga. Hablábamos de cuánto damos la pelmada a los alumnos con aquello de que hay que usar el metrónomo y ella me decía: "Yo les digo que, antes de poner el metrónomo más rápido, tiene que salirles bien por lo menos tres veces seguidas." Ella y yo sabemos que no basta con tres veces para afianzar un pasaje pero conocemos vuestra paciencia y sabemos que tenéis que aprender a estudiar bien poco a poco. Más adelante ya os daréis cuenta de que podemos pasar días trabajando una pieza a una velocidad antes de aumentarla.


Vamos a abordar ahora una segunda cuestión, que tiene muchísimo que ver con la que ya hemos comentado (y que nos llevará a la tercera, por cierto): la concentración.

En otro artículo que publicaré más adelante expondré someramente algunas técnicas que podrían ayudaros a evitar el miedo escénico. Ahora os diré que muchas de ellas, por caminos diversos, tienen un mismo objetivo: aumentar la concentración. A estar pendientes solamente de lo que estamos haciendo, que es tocar.

Fijaos en el oboísta de la foto. ¿Os da la impresión de que mientras toca está pensando en lo que cenará después, o que no debe olvidar comprar un par de barras de pan antes de llegar a casa o en cualquier otra cosa que no sea la música que toca en ese instante preciso?
Así tenemos que estudiar nosotros: concentrados. Y sí, digo estudiar, porque este aspecto debemos trabajarlo en el estudio para que en el concierto no perdamos esa concentración con la que ya nos hemos acostumbrado a trabajar.

¿Cómo trabajar la concentración en el estudio en casa?

Os propongo, para empezar, un ejercicio sencillo con el que, además, mataremos dos pájaros de un tiro. Se trata de un breve ejercicio de respiración. 
Una vez que tengamos el oboe montado, la caña a remojo, la partitura en el atril...nos sentaremos en una silla, apoyados cómodamente en el respaldo -pero erguidos, sin doblar la tripa- y con las manos descansando sobre las piernas. Cerraremos los ojos y haremos varias respiraciones lentas, observando el recorrido del aire -que irá hacia el abdomen, así el ejercicio nos sirve también para colocar la respiración antes de tocar- y contando despacio tanto al inspirar como al espirar el mismo número de veces. Respirar contando nos ayudará a fijar la atención solamente en la respiración. (Aprendí este ejercicio en un curso de Mindfullness que hice hace unos meses: ¡gracias Elisabeth!)

Ahora nos pondremos a tocar, a hacer nuestros ejercicios técnicos, el trabajo de piezas y estudios. No dejemos de observar si estamos concentrados. Podríamos repetir en cualquier momento el ejercicio anterior si detectamos que empezamos a pensar en otra cosa. En lo que he hecho antes o haré después o hice ayer o haré mañana, en que mi madre me oye y tal vez no le gustará o sí le gustará lo que hago, en que no debo olvidar hacer esa tarea de matemáticas que bla y bla o en que tal como está ahora la pieza a mi profesora no le gustará o sí le gustará....debemos deshacernos de cualquier pensamiento que no tenga que ver con lo que estamos haciendo en ese momento, que es tocar. Eso sí, todo con mucha paz. No vaya a pasar ahora que nos pongamos trágicos porque nos desconcentramos cuando estudiamos. Ya es un buen comienzo darnos cuenta de que nos pasa. 

Si nos acostumbramos a trabajar con concentración, y lo que es importante, sin juzgar todo el tiempo lo que hacemos, habremos avanzado mucho para llegar a tocar en público de la misma manera: concentrados y sin juzgarnos. No se trata de tocar sin darnos cuenta de lo que hacemos. Si, por ejemplo, hemos tocado un ejercicio de sonido y los agudos estaban desafinados está bien que nos demos cuenta para repetirlo con más cuidado. Esto es muy distinto a decirnos que vaya asco, que ese la sobreagudo era impresentable e impropio de nuestra "oboistidad" y que con ese la nadie nos querrá.

Y así llegamos a la última cuestión de hoy: el crítico interior.
Una buena parte del murmullo mental que a veces tiene el músico en la cabeza mientras toca tiene que ver con su crítico interior. Nos pasa como al chaval de la foto: parece que sólo se mira al espejo pero por dentro pasa mucho más.

 ¿Cuántas veces nos pasa que estamos tocando y, al mismo tiempo, estamos juzgando lo que hacemos? Es como si fuéramos dos personas, uno el que toca y otro el que critica. Acabamos de tocar un pasaje y, en lugar de concentrarnos en el siguiente, estamos diciéndonos lo bien o mal que hemos tocado el que pasó y, claro, nuestros sentidos no están totalmente pendientes de las notas que suenan en cada segundo sino en las que sonaron antes que, por otra parte, no tienen ya remedio.

Normalmente son más habituales pensamientos del tipo: "¡Qué horror, cómo he podido hacer esto, toco faltal, nunca lo conseguiré!" etc. que los del tipo: "¡No ha estado mal, qué bien, estoy aprendiendo un montón, ha sonado bien, qué bonita música!" A ver, tengamos claro que en los dos casos estoy desconcentrándome pero además, en el primero de ellos, me estoy machacando.

Está muy bien que después del estudio o el concierto hagamos una reflexión realista de lo que hemos hecho -y en esto nos puede ayudar nuestro profesor, o la gente que nos haya oído tocar en casa- para estar contentos con nuestros progresos y aprender de nuestros fallos para seguir avanzando, pero tratemos de ser eso, realistas. Muchos intérpretes suelen grabar sus conciertos -también podemos grabarnos estudiando- y es muy habitual oírles decir que, después de escuchar la grabación, se dan cuenta de que no lo habían hecho tan mal como pensaban. Y es que, mientras tocamos, a veces somos un poco trágicos. Se nos van dos semicorcheas y ya solo vemos esas dos semicorcheas torcidas y feas, no las otras ciento cincuenta y tres semicorcheas bien tocadas.

Nada de tragedias. Y no hagamos el análisis mientras tocamos. Cuando toquemos hagamos eso, tocar. Hacer música. Ser uno con la música. Disfrutar.

Os recuerdo algo que tratamos en el artículo anterior: el público nos quiere. La gente no va a vernos para contabilizar nuestros fallos sino para disfrutar con la música y, en el caso de nuestras audiciones en la Escuela, para alegrarse con nosotros por nuestros progresos. Quiero decir con esto que el público no piensa lo que suele pensar nuestro crítico interior cuando se pone trágico. Esa es nuestra película, no la suya.

Quiero veros disfrutar tocando. Nada de salir corriendo del escenario en cuanto suena la última nota. Gran sonrisa, saludo para agradecer los aplausos, y abandono pausado del escenario.
Disfrutad, que hacer música es muy grande. Disfrutad como disfruta, por ejemplo, Cecilia Bartoli. 

Ah, y disfrutad viéndola cantar.
¿Os parece demasiado...teatral? Ya hablaremos otro día de eso de hacer teatro cuando tocamos.






miércoles, 30 de julio de 2014

De oboístas y trapecistas: el miedo escénico (1)

En los últimos meses he ido dos veces al circo con mis hijos. La primera vez se trataba de un circo pequeño y pobretón. Las sillas estaban colocadas sobre la hierba, y en la pequeña pista se sucedían una serie de números protagonizados una y otra vez por los mismos artistas que cambiaban de vestimenta y de nombre. No tenían números con animales salvajes ni exóticos aunque sí hacían algunas piruetas los perrillos de todo pelaje que llevaban en las caravanas.
A pesar de ser un circo tan modestito hacían proezas admirables, es decir, tenían destrezas que yo no tengo.
¿Por qué me parece tan admirable esto del circo? Diría que en gran parte porque hacen cosas que yo no seré nunca capaz de hacer bien por miedo -en el segundo de los circos, más grande y con más medios, había unos leones terroríficos con los que jamás me metería en una jaula- o bien por incapacidad manifiesta -como es el caso de los malabares: soy más bien torpe-.
Mientras me maravillaba admirando a los artistas, me dio por pensar en eso del miedo escénico.

Imaginad que sois malabaristas. Salís a la pista con dos o tres de esos bolos brillantes y empezáis a darles vueltas por los aires. Vuestro ayudante os va acercando otro bolo, y otro...hasta que hay un gran bolo de bolos girando y lanzando destellos, ¡¡más difícil todavía!!, lo cual provoca que muchos espectadores se queden irremediablemente con la boca abierta sin darse ni cuenta.
Antes de salir a la pista has hecho unos estiramientos, unas cuantas respiraciones profundas para no perder la concentración, y, sobre todo, tienes a tus espaldas un montón de horas de entrenamiento en las que has perfeccionado poco a poco tu número, llegando incluso a correr por la pista y girar sobre ti mismo mientras das vueltas a esos mareados bolos.
Has trabajado mucho y ahora te juegas todo tu trabajo en unos segundos, a la vista de un montón de gente que ha pagado una entrada por verte. No vale repetir, no vale decir que en el entrenamiento todo era perfecto. Tiene que ser perfecto ahora. Menuda presión, ¿eh? ¿No nos pasa algo parecido cuando tocamos en un concierto? Si en lugar de ser un malabarista fueras por ejemplo un oboísta, ¿no tendrías una sensación muy parecida?


Ahora me veo obligada a hacer un parón para hacerte una pregunta: ¿te ves reflejado en eso de haber trabajado mucho previamente? Es decir, ¿te has preparado bien para el concierto?
Tengo una muy buena noticia...si eres de los que se ponen nerviosos en los conciertos porque van mal preparados, han estudiado poco y/o mal, en casa sólo salía bien una vez de cada diez y por tanto hay no pocas posibilidades de que en el escenario tampoco salga, etc. etc. ¡¡¡no tienes miedo escénico!!! Solamente necesitas estudiar más y/o mejor.

Para que nos entendamos, se puede decir que alguien tiene miedo escénico cuando, a pesar de una buena preparación previa al concierto, sufre un estado nervioso, de desconcentración, que incluso puede mermar su capacidad física (incapacidad para respirar correctamente, temblores). No se trata de estar nerviosillo, eso es normal. Hay unos nervios "sanos" que nos pueden ayudar a estar más tonificados, más atentos. El miedo escénico no nos dejaría hacer lo que sabemos hacer.

Mucha gente no ha conocido nada parecido al miedo escénico hasta que ha cogido un instrumento y se ha puesto a tocar delante de otra gente. Me contaban hace unos días que, en una audición que se hacía en una escuela de música, una mujer adulta, de esas que llegan con una ilusión de décadas a aprender a tocar su instrumento soñado, trataba de hacer sonar su flauta travesera con un temblor en la mandíbula tremendo. ¿Imaginaba esta flautista que cuando empezara  por fin a tocar le iba a suceder esto?

Pero volvamos a nuestro circo...

El público está en tensión, es un ejercicio muy difícil y un bolo podría caer al suelo, incluso podrían caer unos cuantos y entonces...¿qué? ¿Qué sucede si se caen los bolos?
En el primero de los circos, el modesto, salió un equilibrista agobiado. Se le notaba nervioso, inseguro. Desde el público, cuando uno ve inseguridad, ya empieza a pensar: "Ay, pobre, que se va a caer, ay que se cae." Empezó a subirse en esos cilindros sobre los que ponen una tabla y luego otro cilindro, y otra tabla...y se cayó.  ¡¡¡Horror!!! Ha sucedido. El equilibrista se ha caído. Y ahora, ¿qué hace el público? ¿Estallan en cólera, acuden todos a la taquilla para pedir su dinero, le tiran tomates y apios al desdichado artista, le abuchean, se ríen de él, le gritan que se vaya a su casa? ¡¡¡¡No y mil veces no!!! Todos sentimos compasión porque nos imaginamos en su lugar y nos tiemblan las rodillas y, cuando se repone, repite el número, y le sale bien...aplaudimos más todavía y sonriendo más que si todo hubiera sido perfecto, para animarle y darle calor.


Entonces, ¿qué pasa si se nos caen unas cuantas semicorcheas en una audición en la Escuela a la que han acudido padres, tíos, abuelos, primos, amigos y demás seres queridos -o sea, seres humanos que nos quieren sin parar-? ¡¡¡Nada!!! Quiero decir: el público no es con nosotros como nosotros somos con nosotros mismos.  Nosotros deberíamos ser capaces de decirnos: "La próxima vez tengo que estudiar más ese pasaje". Y punto. Nada de tragedias del tipo: "He hecho el ridículo, nadie me querrá, nunca lo conseguiré, soy el peor oboísta de todos los tiempos, etc. etc." porque todo esto no tiene nada que ver con la realidad. El público se acordará de los otros ciento tres compases que has tocado más que del compás en el que has metido la pata, te lo aseguro.

Ellos no son tan críticos como nosotros. De hecho, solemos estar tocando y criticándonos al mismo tiempo. Somos intérpretes y críticos en el mismo momento e imaginamos que todos los que nos están viendo nos juzgan igual.

De esto os hablaré en el próximo artículo: de nuestro crítico interior.



(Para ampliar hoy la información y la reflexión sobre este tema:
"El miedo escénico y las audiciones escolares" por el compositor, letrista y docente Juan Ramos.)


martes, 8 de julio de 2014

¿Y qué pinto yo en un congreso de oboístas? (y fagotistas)

Sucedió un día que, después de recoger a mis niños del cole, me quedé de cháchara ligera en la puerta (mientras los ojos de mi nuca vigilaban a mis hijos, claro).  Faltaban unos días para que se celebrara en Madrid el segundo congreso de Afoes (Asociación de fagotistas y oboístas de España). Yo iba a acudir al congreso en lo que sería mi primera noche fuera de casa desde que nació Catalina. ¡Emoción! 
Andaba contando los días, con muchas ganas de coger mi oboe y mi maletica de fin de semana para meterme en el tren. Comenté en el grupo que el viernes me iba a un congreso de oboístas. Entonces un padre, con cara de mucho alucine, me dice: "¿Un congreso de qué?", y le digo otra vez que de oboístas. "Ah, pero... ¿hacéis congresos?"
En vuestra todavía corta vida oboística, queridos alumnos, estoy segura de que ya habéis experimentado una sensación muy parecida a la que yo tuve en ese momento, concretamente cuando tratáis de explicarle a alguien qué es un oboe. Ya sabéis, tocáis un instrumento raro.

He de deciros que, si continuáis con los estudios de música unos cuantos años, os sucederá también eso de que mucha gente no podrá llegar a imaginar qué hacéis en el conservatorio además de tocar el oboe, y os veréis obligados a recitarle de corrido todas las asignaturas del plan de estudios para que se dé cuenta de que lo de estudiar música es algo serio. Pero esto es harina de otro costal...
Vamos a abordar de una vez la pregunta que da título a esta entrada en el blog: "¿Y qué pinto yo en un congreso de oboístas?"

Ah, bueno, lo olvidaba, claro...la noticia es que entre el 26 y el 28 de septiembre el congreso de Afoes se celebrará en Zaragoza. ¡¡¡A la vuelta de la esquina!!! 
Podría empezar diciendo que es muy alentador estar en un sitio donde se reúnen cientos de raros como vosotros, que también tocan ese instrumento que casi nadie conoce (¡y no hablemos del fagot!)...pero tal vez me diríais que no es una razón lo suficientemente poderosa como para que os vayáis a Zaragoza.
 
La misión que me he propuesto al escribir este artículo es convenceros de que no podéis no ir. Empezaré otra vez por el principio, o sea, abordando de nuevo y de una vez la pregunta del título etc.
Primero tengo que deciros que para poder ir al congreso hay que hacerse socio de Afoes. (40 euros anuales para profesionales y 20 euros para estudiantes) A continuación os relaciono las ventajas de los socios que aparecen en la web de Afoes:
  • Asistencia gratuita al Congreso, y posibilidad de participar como alumno/a activo/a en clases magistrales, talleres y otras actividades prácticas del congreso.
  • Regalo de la Camiseta AFOES.
  • Recibir la Revista Anual de la asociación, y poder realizar publicaciones en la misma.
  • Descuentos en luthiers/reparadores asociados.
  • 10% de descuento en diversas clases magistrales y cursos de perfeccionamiento e interpretación musical.

    Sobre la camiseta os diré que es muy chula, aunque supongo que tampoco iríais a Zaragoza sólo por una camiseta. Para cada congreso la camiseta es diferente. Las de la foto son las del que se celebró en Madrid. ¡¡Yo tengo una!!

    Pero, como podéis suponer, un congreso es mucho más que una camiseta y un montón de gente junta que es igual de rara. Está, por ejemplo, el tema comercial. Vais a encontrar stands de unas cuantas marcas de oboes y fagotes, de toda la cacharrería relacionada con el oboe o fagot y sus cañas...a mejor precio que en las tiendas. Para los que tengan que comprar instrumento es una buenísima ocasión para probarlos todos. Y para el que quiera regalarse un caprichico como una navaja especial, una caja para las cañas que las mantiene con una humedad ideal, o para el que quiera aprovechar para pagarse un buen afilado de las navajas...es el momento perfecto. 
    La situación es graciosa. En los descansos de las clases magistrales, conferencias y conciertos todo el mundo se acerca a los stands con una cañica en la mano y se monta una ruidera tremenda con tanta gente probando instrumentos a la vez.
    Ah, sí, he dicho clases magistrales, conferencias y conciertos.

    ¿Qué es una clase magistral? Pues es una clase impartida por un maestro. Así de sencillo. Es una clase con un o una profe de lujo. Se aprende muchísimo sólo oyendo la clase, os lo aseguro. Como alumnos suele haber un grupo de valientes que se atreven a recibir una clase delante de un montón de gente. Os aconsejo que elijáis un lugar desde el que podáis ver bien, y asistáis a esa maravilla que es ver y oír cómo una interpretación, una técnica...que muchas veces parecen ya buenas, se van modelando y van adquiriendo otro brillo con las indicaciones del profesor o profesora. Oiréis consejos de interpretación y también indicaciones técnicas que os servirán también a vosotros aunque no estéis recibiendo la clase oboe en mano. 
    Para el congreso de Zaragoza han contado con solistas de lujo. 
    Si visitáis el cronograma con las actividades de cada día veréis que todas tienen muy buena pinta, y que tendréis también la oportunidad de escuchar en concierto a grandes músicos. Vamos, con lo que cuesta la cuota anual, que es mucho menos de lo que cuesta una entrada para cualquier concierto, tenéis conciertos, clases y mil cosas. 
    Por ejemplo, clase magistral de Josep Domenech termina con una exposición-demostración que parece interesante, sobre "los oboes de todas las épocas".
    Todavía no se ha publicado el programa concreto del congreso y no puedo adelantaros qué conciertos habrá y cuándo pero os aseguro que los tendréis. Por una parte se suele formar una banda de oboes, cornos y fagotes -cuyos ensayos, por cierto, son parte de las actividades del congreso- que hace un concierto final y también hay conciertos de los intérpretes que imparten las clases magistrales. ¡Es una ocasión magnífica para ver y oír en directo y muy de cerca a los grandes de nuestro instrumento!

    ¿Todavía os lo estáis pensando?
    Para terminar, dos codas:

    1ª coda dedicada a las familias de los pequeños oboístas y fagotistas que no pueden ir solos a Zaragoza: ¿se os ocurre una excusa mejor para pasar un fin de semana, o un día, o unas cuantas horas en Zaragoza?
    2ª coda dedicada a los jóvenes oboístas y fagotistas que, cuando sean mayores, tal vez sean unos oboístas y fagotistas mayores: un poco de música de esos grandes maestros que podréis ver en el congreso. (Esta segunda coda tiene a su vez una segunda intención: que os guste tanto la música que os pongáis a estudiar como locos lo que queda del verano para tocar así de bonito cuando seáis oboístas mayores)

    En el primer vídeo tenéis a Ramón Ortega Quero con el oboe moderno. En el segundo al oboe barroco de Josep Domenech en un vídeo que hará también las delicias de los amantes del fagot. Por si los fagotistas se quedaran con las ganas, añado un vídeo en el que la fagotista Sophie Dartigalongue interpreta el precioso concierto de W. A. Mozart para fagot. Todo un regalo también para los oboístas, que nunca está de más oír al genio salzburgués.

lunes, 16 de junio de 2014

Belarminos y Belarminas

El domingo pasado tuvimos una comida en la parroquia en la que conocimos a Belarmino. Es un mulato de la República Dominicana que lleva unos cuantos años en España. Una buena parte de ellos ha trabajado mucho y bien, pero le llegó la crisis y ahora recibe alimentos y ayuda de Cáritas, donde además hace voluntariado para no volverse loco de tanto pensar.

Hay muchos Belarminos y Belarminas. Hace poco llamó a mi puerta una señora mayor que arrastraba un carrico de la compra y pedía comida. La pobre no se atrevía a mirarme, se moría de vergüenza. 

Hay también Belarminos músicos. Algunos tocan en la calle, y a veces lo hacen maravillosamente bien. La semana pasada me topé con uno de ellos, apostado junto a un comercio en el centro, tocando su violín, ignorado.

Me habló una vez un amigo oboísta de unos Belarminos oboístas. Habiendo acudido una modesta orquesta rusa a su ciudad para dar un concierto, pudieron conocer a algunos de sus maestros y los oboes, al no tener dinero para comprar cañas, tocaban con unas cañas viejísimas y muy deterioradas. Los músicos de la orquesta "local" les regalaron un montón de palas, tudeles...pero aquello les habría durado un tiempo más allá del cual habrían vuelto a tocar con cañas medio deshechas.
 
Vosotros ya sabéis, a estas alturas, cuántos años de esfuerzo hay detrás de alguien que toca un instrumento. Yo cuando veo a uno de esos Belarminos músicos imagino los cientos de horas de estudio, las ilusiones soñadas camino de algún conservatorio rodeado de nieve, los exámenes, las pruebas y oposiciones quién sabe si superados con éxito...y, en algún oscuro momento, esa vida que se derrumba, que se tuerce, que se empeña en salirse del camino y en discurrir entre los matojos y las colillas de la cuneta.


Hacer, lo que se dice hacer, no podemos hacer mucho. A veces ayudando uno se siente como si alimentara a un dinosaurio con alpiste. En fin, "menos es nada" que dicen los sabios.

Lo que yo me propongo una y otra vez es algo más simple, inmaterial y tremendamente difícil: no quejarme. No olvidar que pertenezco al grupo de los afortunados, por tantas razones. Ojalá me diera cuenta de esto más a menudo. Ojalá fuera consciente de ello todo el tiempo. Para que no se me borrara la sonrisa, para vivir agradecida cada minuto por aburrido que pudiera ser.

Pero me quejo. Se me olvidan mis privilegios. Olvido, por ejemplo, que es un privilegio tocar un instrumento y me quejo. Ya sabes: tocar escalas es un rollo, hacer cañas es dos rollos, ponerte a tocar una mañana de agosto tres o cuatro rollos de los gordos, etc. etc. Tal vez necesite recordar a menudo una de esas bonitas historias de superación que a veces nacen entre montones de basura. Como la de los jóvenes que hablan y tocan en este vídeo. Lo dejaré aquí, a mano, para verlo cuando no me apetezca estudiar.


jueves, 12 de junio de 2014

Tocas el ¿¿¿qué???

Mis muy apreciados oboístos y oboístas:

Ya es tarde. Ya no vale cambiar de instrumento. Os ha costado muchísimo llegar hasta  donde habéis llegado. ¿Vais a volver a empezar con otro? Pero, ¿no habíamos quedado en que es este y solamente este instrumento el más bello de cuantos emiten sonidos sobre la faz de la tierra?

Hoy quiero compartir con vosotros un enlace que me envió mi compañero violinista Álvaro Santiago. Se trata de toda una serie de gracias a cuenta de nuestro instrumento: el oboe. Puedes acceder a la página pinchando aquí pero, como la página está en inglés, a continuación os voy a ofrecer una especie de "traducción comentada" de esas diez peores cuestiones que tienen que ver con tocar el oboe. Ah, si alguno percibe errores de traducción que me avise, tengo un inglés muy de andar por casa.

1º LA GENTE PIENSA QUE ES UN CLARINETE.
Aquí añadiría yo que ojalá pensara eso mucha gente y aún diría más: no poca gente no sabe tampoco cómo es un clarinete. Por lo visto en el mundo anglosajón en el que ha nacido el artículo el personal no sabe cómo es un oboe pero sí sabe cómo es un clarinete.
Sin embargo aquí entre los ibéricos, cuando uno dice que toca el oboe y se encuentra con la habitual cara de póker, a veces cae uno en el error de decir "es como un clarinete, así negro, pero más fino y con otra boquilla..." y entonces se da cuenta uno de que la cara de póker es ahora de sota de bastos y que no, que tampoco el oyente visualiza un clarinete así como así.

2º DURANTE LOS PRIMEROS AÑOS EL OBOE SONARÁ LITERALMENTE TERRORÍFICO.
Nada que objetar. Sin embargo, esto no suele ser un problema para el oboísta si éste ha comenzado a estudiar con siete u ocho años. A veces cuesta tanto hacer que suene que da igual cómo sea el sonido. Teniendo en cuenta que, además, normalmente llegan al instrumento sin haber oído antes música de oboe ese sonido de pato gaitero no hace sufrir más que a los que rodean al oboísta.
Desgraciadamente los padres del principiante a veces sí han oído el sonido de un verdadero oboe y, pasada la primera semana de práctica en el hogar, vienen a clase espantados preguntando si es normal que suene así o si su hijo tiene alguna negación particular para este instrumento.

3º ES UNO DE LOS INSTRUMENTOS MÁS DIFÍCILES DE TOCAR.
De acuerdo, me habéis pillado, esto no os lo conté el primer día. Ni el segundo. Ni el tercero. Nunca os he contado que, cuando estudiaba en el conservatorio que hoy llaman profesional -antes grado medio-, teníamos muy cerca el aula de saxofón y que los saxofonistas tocaban en primero los estudios que nosotros tocábamos en cuarto y con gran dificultad. Ya está. Ya lo he dicho. ¿No os sentís muy orgullosos de ser capaces de tocar algo con semejante instrumento?

4º LA AFINACIÓN.
No deja de ser muy gracioso que tenga que ser precisamente el oboe el que dé el la para que afine toda la orquesta, banda o agrupación del tipo que sea. Seamos sinceros...esto no sucede porque el oboe sea el más afinado sino porque tiene un sonido tan penetrante que no deja de oírse ese la aunque todo el resto de la orquesta esté ñigo ñigo que te pego afinando su artilugio.
Habréis oído ese chistecito que cuenta aquello de que sólo hay una cosa que pueda desafinar más que un oboe y se trata de dos oboes. Sin embargo, todos hemos experimentado que cuando el número de oboes supera los treinta se produce un extraño efecto físico que hace que las desafinaciones parezcan anularse unas a otras.
Me permito compartir aquí la tremebunda pero real grabación que en este punto obsequia la web que publica el artículo original:




5º (A ver cómo traduzco esa frasecita) ESTARÁS IRREMEDIABLEMENTE ASOCIADO A LA PEOR MÍMICA OBOÍSTICA MUNDIAL DE TODOS LOS TIEMPOS.

Esto se refiere a esa película a la que todos los oboístas tenemos que hacer referencia cuando queremos poner un ejemplo de música conocida de oboe al de la cara de póker: La misión. En ella el actor Jeremy Irons hace como que toca un oboe barroco mientras suena uno moderno de un modo muy cutre y nada creíble. Podían haberle dado un par de clasecitas...





6º OH, ¿HAS DECIDIDO HACER TUS PROPIAS CAÑAS?

Hay una sensación que se parece mucho a la compasión y que se desencadena justo en el momento en que un alumno, con una gran sonrisa y un brillo ilusionado en los ojillos, mientras mira con deleite el instrumental desparramado en la mesa del profesor, pregunta cuándo empezará a hacer cañas.
Si me lee algún profesor me comprenderá al instante. Lo de las cañas es...como para hacer un foro de afectados.

7º AUNQUE HAGAS LAS CAÑAS TÚ MISMO, NINGUNA FUNCIONARÁ.

Me encanta el texto original de la web: "Excepto puede que una vez. Y jamás en un concierto ni en clase ni en nada útil."

8º NADIE SABE QUÉ ES UN OBOE.

En este momento tengo que agradecer a la escuela de música en la que trabajo (la Escuela Joaquín Maya de Pamplona) que hagan una muestra de los instrumentos previa a la elección de los mismos por parte de los nuevos admitidos. Si los profesores de oboe dependiéramos de que los nuevos alumnos eligieran espontáneamente nuestro instrumento estaríamos todos sin trabajo.

9º NECESITARÁS UNA HORA DE REMOJO PARA TUS CAÑAS.

¿Cuántas veces se te ha caído el botecico de agua en el peor de los momentos y/o lugares? Y, como sugieren en el artículo original, ¿no te ha pasado que la caña se ha mojado poco o demasiado y sin embargo todos esperan que tu oboe suene perfectamente afinado desde la primera nota (ese terrorífico la perfecto)?

10º EL PEOR DE TODOS: EL FAGOT HACE LO MISMO PERO CON MENOS PRESIÓN.

Por algo será que no se ponen tan rojos, digo yo. Y mira que nos ponemos feos los oboístas.
He visto no pocas películas en las que seductoras doncellas tañían un laúd, tocaban un piano o soplaban delicadamente una flauta siendo el deleite de su audiencia...¿por qué será que ninguna se desfiguraba, enrojecía e hinchaba tocando un oboe?

¿Cómo podríamos levantar el ánimo después de semejante lista de horrores? ¡¡Con música de oboe!! Así recordaremos por qué estamos tocando este terrible instrumento.



lunes, 2 de junio de 2014

Estudiar...¿¿en verano??



Muy queridos oboístas:

Ya vamos cerrando el curso, se acerca el largo verano...¡¡y no podéis dejar de tocar tanto tiempo!!

Sabéis que sois unos priviliegiados, que hay mucha gente por ahí suelta que siempre ha soñado con tocar el oboe pero no lo toca, y vosotros sí. Solamente esto debería daros ganas de tocar sin parar. Pero también es verdad que hay no poca gente suelta por ahí que cree que uno puede llegar a tocar un instrumento abriendo el estuche de vez en cuando para mirarlo y sin sudar nada. Hay gente para todo, en fin.

A vosotros no hay ya quien os engañe, y tenéis muy claro que no podéis dejar de practicar. Os lo he dicho muchas veces: esto es como un deporte. Hay una serie de músculos muy concretos que utilizamos para tocar, y si dejamos de practicar nos pasará, por ejemplo, aquello de que al cabo de una canción y media (¡¡glups!! Se me ha escapado lo de decir "canción" en lugar de "pieza") la embocadura se deshará irremediablemente, empezando por pequeños escapes de aire en los lados y terminando por sacar los labios en plan potro vibrante. 

Por otra parte, nuestro diafragma estará más preparado para hacer de hamaca del aire que para proyectarlo y aquel sonido que habíamos conseguido producir allá por mayo habrá desaparecido dejando lugar a algo parecido al graznido de una urraca. Bueno, si hemos dejado de tocar mucho mucho tiempo podemos incluso llegar a no tener fuerzas para sostener el oboe más de diez minutos sin sentir un punzante dolor en el antebrazo.

Quien ha conocido ya siquiera remotamente alguna de las sensaciones descritas con anterioridad sabe que, por si fuera poco, al adivinar que tal vez hemos podido perder la forma e imaginando el tedioso trabajo de recuperación que tenemos ante nosotros suele invadirle a uno una tremenda y casi insuperable pereza que impide acercarse siquiera al instrumento y que se alimenta a sí misma conforme pasan las semanas sin haber tocado. Si a todo ello le sumamos un agosto caluroso que promete una buena sudada frente al atril el resultado será que la vuelta al cole nos pillará en un lamentable estado oboístico que equivaldrá a nuestro estilo de un par de años atrás.

¿¿¿Verdad que no queréis que os suceda todo esto???

Ahora vamos a analizar la foto de los sonrientes bañistas que tenéis un poco más arriba. ¿Reconocéis al oboísta? Es el que tiene el mismo color que el del teflón que ponemos en las cañas. Bueno, vale, para terminar el verano tan blancos como el oboísta de la foto tendríais que hacer cañas, y la mayoría de vosotros todavía no está en ello. Y es que cuando un oboísta tiene que fabricarse sus propias cañas una buena parte del tiempo que otros instrumentistas pasan tocando lo pasa raspa que te raspa, y entre soplidos y virutas se pasan las horas volando...
A ver, no os asustéis, no pretendo que acabéis el verano tocando el concierto de Strauss en vuestro tercer año de oboístas pero sí me gustaría que no olvidarais en estos lo que habéis aprendido con tanto esfuerzo durante el curso que ahora acaba.
Por si no os ha quedado claro el mensaje en las últimas clases que hemos tenido os lo repito aquí. Ya sabéis, son sólo dos ideas:

Idea número uno:

¡¡¡NO DEJES DE TOCAR!!!

Idea número dos:

¡¡¡NO TOQUES DE CUALQUIER MANERA!!!

 Respecto a la primera idea ya sabéis que no pretendo que pringuéis el oboe de aftersun con arena ni que amenicéis las vacaciones a los del apartamento de al lado. Sí os recomiendo que, cuando no estéis de "veraneo", fijéis unos días y unas horas concretas para tocar. Mejor por la mañana para evitar las horas de más calor y para que luego os vayáis a la piscina con la tarea hecha.
No os he marcado un montón de lecciones nuevas para estudiar en verano porque ya estoy hecha una blanda. Con tal de que toquéis, me da igual que paséis el verano repasando una y otra vez aquella canción que os gustó tanto.

La segunda idea se puede a su vez desglosar en varias "subideas":

1º Cuando toquéis prestad atención a cómo lo hacéis. Me refiero a la embocadura, la respiración, la emisión...todo lo que habéis aprendido este curso en cuanto a técnica.
2º Si montarais alguna pieza nueva recordad cuál es la mejor manera de trabajarla para optimizar el tiempo de estudio. De eso os hablé en un artículo anterior al que podéis acceder pinchando aquí.
3º Tocad con la misma rutina que hemos seguido durante el curso en las clases y en casa: empezando por trabajar la técnica. Comenzad con unos ejercicios de emisión con caña y seguid con algún ejercicio de sonido de los libros que tenéis o de los que os escribí en el cuaderno a lo largo del curso.

Un apunte final sobre las cañas en verano: con el calor (y el poco uso, ejem), se suelen abrir mucho. Para cerrarlas y después de haberlas mojado entre cinco y diez minutos podéis apretar la punta con los dedos durante un rato y, si esto no fuera suficiente, utilizad la caja de las cañas para cerrarla. Eso sí, apoyadlas solamente en el borde de la caja, no vaya a ser que las machaquéis.

Y bueno...¡¡¡disfrutad del verano!!!