lunes, 16 de junio de 2014

Belarminos y Belarminas

El domingo pasado tuvimos una comida en la parroquia en la que conocimos a Belarmino. Es un mulato de la República Dominicana que lleva unos cuantos años en España. Una buena parte de ellos ha trabajado mucho y bien, pero le llegó la crisis y ahora recibe alimentos y ayuda de Cáritas, donde además hace voluntariado para no volverse loco de tanto pensar.

Hay muchos Belarminos y Belarminas. Hace poco llamó a mi puerta una señora mayor que arrastraba un carrico de la compra y pedía comida. La pobre no se atrevía a mirarme, se moría de vergüenza. 

Hay también Belarminos músicos. Algunos tocan en la calle, y a veces lo hacen maravillosamente bien. La semana pasada me topé con uno de ellos, apostado junto a un comercio en el centro, tocando su violín, ignorado.

Me habló una vez un amigo oboísta de unos Belarminos oboístas. Habiendo acudido una modesta orquesta rusa a su ciudad para dar un concierto, pudieron conocer a algunos de sus maestros y los oboes, al no tener dinero para comprar cañas, tocaban con unas cañas viejísimas y muy deterioradas. Los músicos de la orquesta "local" les regalaron un montón de palas, tudeles...pero aquello les habría durado un tiempo más allá del cual habrían vuelto a tocar con cañas medio deshechas.
 
Vosotros ya sabéis, a estas alturas, cuántos años de esfuerzo hay detrás de alguien que toca un instrumento. Yo cuando veo a uno de esos Belarminos músicos imagino los cientos de horas de estudio, las ilusiones soñadas camino de algún conservatorio rodeado de nieve, los exámenes, las pruebas y oposiciones quién sabe si superados con éxito...y, en algún oscuro momento, esa vida que se derrumba, que se tuerce, que se empeña en salirse del camino y en discurrir entre los matojos y las colillas de la cuneta.


Hacer, lo que se dice hacer, no podemos hacer mucho. A veces ayudando uno se siente como si alimentara a un dinosaurio con alpiste. En fin, "menos es nada" que dicen los sabios.

Lo que yo me propongo una y otra vez es algo más simple, inmaterial y tremendamente difícil: no quejarme. No olvidar que pertenezco al grupo de los afortunados, por tantas razones. Ojalá me diera cuenta de esto más a menudo. Ojalá fuera consciente de ello todo el tiempo. Para que no se me borrara la sonrisa, para vivir agradecida cada minuto por aburrido que pudiera ser.

Pero me quejo. Se me olvidan mis privilegios. Olvido, por ejemplo, que es un privilegio tocar un instrumento y me quejo. Ya sabes: tocar escalas es un rollo, hacer cañas es dos rollos, ponerte a tocar una mañana de agosto tres o cuatro rollos de los gordos, etc. etc. Tal vez necesite recordar a menudo una de esas bonitas historias de superación que a veces nacen entre montones de basura. Como la de los jóvenes que hablan y tocan en este vídeo. Lo dejaré aquí, a mano, para verlo cuando no me apetezca estudiar.


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